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Foto del escritorCanariz 2

El Verderón Bruno Pastel

Actualizado: 15 sept 2022

Texto y criadero: Antonio Hurtado





Los recuerdos más lejanos de mi infancia se remontan a mis pase­os de la mano de mi padre, que provechaba estas ocasiones para enseñarme los nidos de los verderones, verdecillos y, con un poco de suerte, alguno de jilguero. En aquellos tiempos era bastante frecuente encontrar nidos de estos pájaros entre las ramas de los naranjos de nuestro huerto en mi pueblo natal, Alquerías, en la región de Murcia. Allí las primaveras son francamente deliciosas: al aroma de las flores se unía un nuevo despertar de los árboles frutales y de los productos de una huerta generosa.


Un clima cálido y sin precipitaciones incita al establecimiento y la reproducción a muchas especies de pájaros. En aquellos tiempos, aprendí que el Verderón es un pájaro robusto, fuerte y apasionado, con un canto sonoro y potente, capaz de poner de siete a ocho huevos en su nido compacto y de llevar a toda su nidada a buen fin. Gran amante de su prole, trabaja incasablemente en su búsqueda de alimento con el que sacar adelante a sus crías. Dominante y territorial, defiende su zona con gran ardor y eficacia.


Recuerdo cómo, pasados unos pocos años, la pandilla de amigos habitual nos dedicábamos a ver quién encontraba más nidos. El mayor triunfo: encontrar uno de jilguero construido prácticamente en su totalidad con algodón y alguna otra fibra. Esos nidos eran verdaderas joyas, destacando la blancura nítida del algodón, que en aquella época se cultivaba abundantemente en la zona. En las ocasiones en que conseguíamos encontrar alguno de estos nidos, siempre había alguien que aprovechaba el momento junto en que toda­ vía los pollos no habían saltado del nido y podían adaptarse perfectamente a la vida en cautividad para meterlo en unas pequeñas jaulas que llevábamos al efecto. Los progenitores continuaban alimentando a los pequeños hasta que eran capaces de hacerlo por ellos mismos, momento en que nos los llevábamos a casa.


En una ocasión tuve la fortuna de encontrar un nido con ocho pequeños. Todos llegaron a buen fin: la "gran noticia" en la pandilla,, siete machos y una sola hembra. En mi casa se alegraron mucho con mi hallazgo y, finalmente, los jóvenes jilgueros resulta­ ron unos esforzados cantores, dotados de un canto melodioso y de calidad. Pero volviendo al Verderón, recuerdo que tuve la suerte de poseer uno, criado como he descrito anteriormente , muy admirado por el hecho de que en su canto se podían distinguir algunas melodías de ruiseñor que seguramente había aprendido en las cálidas noches estivales de los ruiseñores de nuestro huerto por cuanto sus melodiosos gorjeos eran los únicos sonidos que se escuchaban por la noche.



En aquellos años aprendí que el Verderón prefería construir su nido en el centro del naranjo, sobre una rama gruesa, al contrario que el Jilguero, que buscaba la parte más alta, o del Verdecillo, que se mimetizaba entre las ramas periféricas y más finas. El Verderón utilizaba también los chopos que crecían bordeando los canales de riego. Prefería aquellos que habían sido podados recientemente porque a finales de invierno producían muchas ramas finas llenas de hojas, lugares muy adecuados para esconder el nido, haciendo aún más difícil su localización y, en el desafortunado caso de ser localizado, su inspección, ya que no había más remedio que "escalar" para conseguirlo. Por suerte para ellos, una vez localizados, satisfechos con nuestra proeza, casi siempre nos olvidábamos de ellos. Gracias a todas estas experiencias y a muchas otras, los pájaros se hicieron un sitio en mi corazón. Desde entonces, esta pasión me ha acompañado siempre y a pesar de todo. En mi familia acabaron acostumbrándose a que me acompañaran siempre algunos Verderones, Canarios o Jilgueros en los traslados. Permanece en mi memoria cómo se reían de los pájaros que siempre me acompañaban.


He criado canarios durante muchos años y por mi criadero han pasado también muchos tipos de pájaros. De mis experiencias juveniles me viene el haber empezado a criar pájaros indígenas, mi verdadera pasión y la que me ha llevado después a los indígenas mutados. Una de estas experiencias es la del Verderón negro bruno ancestral Pastel alas grises.

Hace ya algunos años, en una exposición de canarios, un comerciante tenía en venta, además de un gran número de canarios y de otros pájaros, una hembra mutada de Verderón de captura. Un amigo mío, Fabio Braga, lo vio y me comunicó que, según él, era un Pastel. Rápidamente y sin pérdida de tiempo, me acerqué a ver el pájaro en cuestión. Coincidí con otro aficionado, también interesado, que había venido para ver al pájaro. Según su evaluación, se trataba de una hembra bruna no muy buena. pero yo ya le descubrí, a distancia, las perlas de dilución características del pastel, en remeras y timoneras, y esperaba que la persona que se encontraba delante de mí, en la cola, se convenciese de lo erróneo de su opinión, desde mi punto de vista. En el momento en que se desinteresó de ella, me llegó mi turno y, sin pensármelo dos veces, la compré. Desde ese momento comenzó mi empeño de hacerla reproducir en cautividad.


La primera cosa de la que me ocupé fue de amansarle lo más posible, visto que era de captura reciente. Para ello utilicé el sistema tradicionalmente empleado en Cataluña: la puse en una jaula de canto de reducidas dimensiones y, envuelta en un pedazo de tela, la paseaba el mayor tiempo posible, cambiándola continuamente de ambiente y dejándola en los lugares más frecuentados y ruidosos. Así conseguí que se adaptase a la pequeña jaula y aceptase la presencia humana.


A finales de marzo, la dejé en una voladera exterior de 80 cm de profundidad por 200 cm de altura y 180 cm de anchura. En la parte delantera de la voladera había plantado dos cipreses y a dos palmos de tierra una red metálica con función de reja.

La hembra aceptó el macho verde ancestral (negro-bruno), con el que la emparejé. Era un Verderón fuerte, gran cantor y muy dominante, que la seguía cantando e incitándola a procrear, aportando filamentos de pelo y yute a los dos nidos artificiales que había camuflado en el interior del ciprés.

La hembra no quería construir el nido, pero afortunadamente llegó a poner algunos huevos en el suelo del voladero. Los que no se rompieron los puse al cargo de una pareja de canarios, que me garantizaban una mayor seguridad. Finalmente, resultaron fecundos cuatro huevos de los que nacieron cuatro pequeños, tres machos y una hembra, todos negro-brunos (ancestrales) sin traza alguna de dilución. Al acabar la estación reproductiva, sobrevivieron sólo dos machos y la hembra. Para la siguiente estación con­ taba con estos últimos y la madre de captura. No sabía cómo funcionaba genéticamente esta posible mutación y para conocerla proyecté acoplar madre e hijo y los dos hermanos restantes entre ellos. A pesar de su ardor, la madre no aceptó al hijo. Todos los huevos, puestos como el año anterior en el suelo de la voladera resultaron claros. La otra pareja, formada por hermano y hermana, no fue mucho más afortuna­da. De dos nidadas con tres huevos todos fecundos, conseguí salvar un único pequeño, que resultó ser macho negro-bruno sin dilución. Pero empecé a ver un poco de luz: de los cinco pequeños que no sobrevivieron, dos eran sensiblemente diferentes. Presentaban una coloración más diluida, con lo que empecé a intuir que la posible mutación se transmitía de forma recesiva y que, con muchas posibilidades, era ligada al sexo. El tercer año de cría, afortunadamente empezaron a ir mejor las cosas. Para comenzar, puse a la madre mutada con el macho ancestral del primer año y f funcionaron perfecta­mente: la hembra de captura nidificó dos veces y crío perfectamente a su prole, tres machos y cuatro hembras negro-brunos, con la ayuda del macho. Si estaba en lo cierto, los machos debían ser portadores de Pastel y las hembras, ancestrales.

La teoría se confirmó. De la pareja formada por los dos hermanos del primer año y una tercera formada por el único macho que quedaba con una hembra bruna que ya había demostrado ser una madre excelente partió definitivamente la teoría de que la mutación en cuestión era legada al sexo y recesiva. De todos los hijos obtenidos, conseguí sólo hembras con dilución y machos negro-bruno ancestrales, demostrándose, en la siguiente estación reproductora, que todos eran portadores.

Para el futuro, tenemos una intensa labor a realizar con esta mutación. Espero que otros especialistas con experiencia apliquen su pasión sobre esta nueva mutación y la perfeccionen hasta conseguir la máxima expresión de su belleza. A este fin y confiando que sirva de ayuda, quisiera poner de manifiesto algunas de las particularidades que he podido observar.


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